viernes, 21 de octubre de 2011

¡Que algo está pasando!



Elenaaaaaaaaaaaaaa...
Elenaaaaaaaaaaaaaa...

"Despierta. ¡Despierta! Que algo está pasando... Algo raro..." Con estos pensamientos inconclusos abro los ojos y, en cuestión de milésimas, estoy completamente despierta, los sentidos de alerta me avivan. Efectivamente, algo raro está pasando. Estoy en mi casa del alma, en mi cuarto de siempre. La misma cama, la misma chimenea sin encender. Todo parece en su sitio, pero un instinto lejanísimo me vuelve a avisar: "Algo está pasando... Mira..."

Me incorporo en la cama y miro a mi alrededor. La ventana, a mi derecha, me refleja una luna plateada gigantesca. Aún de noche.

Y me doy cuenta de... "¿Pero esto qué es? Qué... Qué nos estamos moviendo... ¡La casa y yo nos movemos!" De un brinco estoy en pie y con una zancada llego a la ventana y miro. No tengo miedo, pero sí tremenda curiosidad. Lo que veo en el exterior me deja pasmada, absorta...

La vista habitual de ese césped infinito bordeado de chopos, álamos y robles se ha convertido en un mar abierto, en calma chicha, de color verde oscuro. Con ese reflejo contínuo plateado que sólo la luna puede ofrecer. No es un lago gigantesco, sino el mar. El inmenso mar. Lo sé con plena consciencia. No me engaña ni la luna ni la noche. Y la casa. Mi casa del alma, tan grande, tan señorial y anciana, está flotando en ese mar, y se va alejando. Alejando de una costa en la que un puerto sucede a otro. Todos iluminados con farolillos blanquecinos de distintos tamaños. ¡Ese mar, como un plato, tan bonito! Y qué paz... Lejos de asustarme, no paro de mirar ese espectáculo tan bello y empiezo a decir adiós con la mano. ¿A quién? No lo sé, pero tengo que decir adiós... No hay viento, sólo paz. No hay sentimientos oscuros. No hay pena. Sólo paz.

Entonces, sólo entonces, me despierto de verdad, en mi casa. En Madrid. Todo está en orden y estoy en el mundo de los vivos. Comprendo, porque así son las cosas inevitables, que ese sueño va a quedar impregnado en mi vida. Meses más tarde, de pura casualidad, me interpretan el sueño. Y dan en el clavo.

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