martes, 4 de octubre de 2011

Momentazos


Hay una linea muy imprecisa entre la desesperación y la risotada. Tan imprecisa como fina. Pongamos que son las once de la mañana y me encuentro en una carretera alemana, dentro de un taxi conducido por un alemán de pura casta. Tengo tiempo sobrado para llegar al aeropuerto a coger mi avión. De repente, a la española, un atasco. Bueno, un atasco, no. Un atascazo en el que ninguno de los cuatro carriles se mueve en quince minutos. Pido al taxista que ponga la radio para enterarse de lo que ocurre, con una mezcla de inglés, que él entiende poco, y señas. Me explica que ha habido un accidente, cinco camiones implicados. Tras otro rato de desesperante calma, rodeada de camiones y sin movernos, vuelvo a pedirle que se cambie al carril de la derecha del todo, pues se está moviendo algo. Se encoge de hombros, tres veces. Cuando escucha un sonido parecido a un grito que proviene de mi persona, se decide a cambiar y avanzamos un tramo largo. Media hora después, descubro una salida de la autopista y vuelvo a explicar a mi alemán taxista que bien podría irse por una carretera alternativa, al objeto de no llegar al aeropuerto de noche. Se encoge de hombros, otra vez. Es entonces cuando me pongo a gesticular, y empiezo a parecerme peligrosamente a una verdulera. No dispuesto a acabar sin ojos, mi conductor decide salirse a una carretera vecinal y en veinte minutos llegamos al aeropuerto. Me cuentan allí que el atasco es ya de treinta kilómetros. Entonces empiezo a reirme, a reirme mucho. He perdido el avión, pero he conseguido la libertad de espacio en el aeropuerto. Hay un alemán flipando con el carácter español y soy un as explicándome por signos. Me quedan dos horas hasta que salga el próximo avión...

1 comentario:

  1. de todo hay en la viña del señor, la tan cacareada eficiencia alemana no se da en todos ellos, y como buen taxista prefería quedarse con la víctima por dinero antes que dar un buen servicio. Te lo tomaste de cine, a ti enhorabuena!!!!

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