Con el ademán elegante propio de quien no ha tenido que aprenderlo, entró en la Galería de Arte. Dió los dos pasos de rigor y paró. Su vista recorrió, con más tranquilidad de lo habitual, la sala. Imponentes los cuadros, desde luego. La retina quedó fija en uno de ellos. Tantas veces había escudriñado hasta el último detalle en los catálogos de exposiciones anteriores que no se le podía pasar por alto. Ese señor, tan señor, sentado a la mesa ojeando el periódico. El juego de té de plata, tan brillante, tan nítido desde una distancia prudencial, tan difuso para el ojo cercano. "Bendito sea el impresionismo", pensó.
Con paso lento, pero muy decidido, se acercó al dueño de la Galería. "Buenos días. Quiero el cuadro del juego de té".
Algo asustado por el ímpetu, respondió: "Lo siento, señorita, no está en venta."
Tomó aire y, sin dejar de mirar el cuadro, replicó: "Gracias por lo de señorita, hacía tiempo que no lo escuchaba. Necesito que ese cuadro esté en venta, pertenece a mi familia. De ella salió y a ella ha de volver."
Una hora después, de la Galería de Arte salía una señora, elegante, resuelta. La sonrisa espectacular, la mirada con brillo, la nariz apuntando al cielo. Y el cuadro, tan pequeño y tan valioso, bajo su brazo. El paso ligero...
Relato chulo donde los haya, casi corto para lo bien que escribes. :))
ResponderEliminar