lunes, 19 de septiembre de 2011

Obras son amores.

Ayer fuimos a visitar a un enfermo. Obras son amores y no buenas razones. El lugar del crimen era el hospital donde murió mi padre hace unos años y le tengo tirria, odio, no lo puedo evitar. Al llegar al parking del mega hospital ya empiezo a encontrarme incómoda. Tomo aire y avanzo apretando las mandíbulas. Cuanto antes pase la tarde, mejor. Una cosa menos, mariposa. Subimos a la planta correspondiente y todo sigue igual. Igual de triste, igual de patético. Con aspecto de sucio, y eso que me cuentan que han remodelado la planta.

Nos encontramos con el enfermo, Santi, caminando por el pasillo agarrado a su goteo. Sonríe. Y me sorprendo. Me sorprendo muchísimo. Nos propone que vayamos a la zona de los ascensores a sentarnos en unas butacas. Y me llevan, sin saberlo ellos, al lugar dónde yo solía refugiarme para llorar la inminente muerte de mi padre. Miro las butacas con pánico y sigo pensando que la tarde pasará y yo saldré de allí.

Santi sigue sonriendo. Habla en un tono de voz pausado, animado. Lleva dos meses de infierno en el hospital. Tiene en el cuerpo varias operaciones para intentar que su estómago funcione. Hace ya dos meses que no puede probar bocado. Le dan algo de agua y manzanilla, un avance de los últimos días que Santi celebra con entusiasmo. Le alimentan por vía intravenosa con un líquido blanco reluciente. Para él, el día es eterno, no hay paradas técnicas para comer, para comer siquiera esa horrible bandeja de hospital que parece más bien alimento para rematar que para reconstituir. Sonríe, y habla animado: "Esto mejora día a día. Cada vez estoy más fuerte. Cuando menos lo espere, el médico me dejará beber zumo de fruta, y luego leche. Será un gran manjar." Y se ríe. Yo me sorprendo y le admiro. Y miro las butacas en que estamos sentados con horror, y me acuerdo de ese dolor en solitario viendo morir a mi padre sin poder hacer nada para remediarlo.

Una hora y media después salimos del hospital. Y respiro. Tendré que volver a él, seguro. No pienso dejar de visitar a Santi. Pero no me acostumbro.

Querido padre, cuánto te echo de menos.

3 comentarios:

  1. Eres una campeona, es muy difcil estar en esos sitios en los que hemos pasados tan malos ratos.
    Es increible la fuerza que tienen algunos enfermos, te hacen sentir pequeñito. Espero de veras que mejore y tenga una mejor calidad de vida.
    Miles de besos

    ResponderEliminar
  2. y lo que nos queda- toda una vida de ausencias y presncias. Un Bs.

    ResponderEliminar
  3. Cuando tenía 19 años murió mi padre. Durante 10 días entré a la UCI diariamente. En los 28 años que han pasado he debido volver a esa clínica y entrar a ese lugar por tener internada a gente que amaba. No te acostumbras pero de a poquito esa sensación de ahogo se va. Todo se supera y el tiempo le da otra visión a nuestra realidad. Un gran beso

    ResponderEliminar