domingo, 26 de junio de 2011

Cuestión de altura.


Quede aquí claro que no me gusta hablar de política, pero esto que voy a intentar explicar me llena de una genuina y pura estupefacción. Dime dónde trabajas y te diré lo que comprendes…

Una parte de mis tareas laborales se centra en Bruselas, en ese amasijo de naciones llamado Unión Europea. Comencé mi trabajo allá pensando, con cierto orgullo, que varias naciones unidas de este modo era un símbolo de desarrollo e inteligencia nada desdeñable. “Bien”, me dije, “estoy en la Unión Europea, qué guay…”

Con los meses descubrí el pastel, siempre se descubre un pastel: la Unión Europea, la excelsa Unión Europea, con mano de hierro lenta y firme, intenta sibilinamente unas veces, provocativamente otras, apoderarse de sectores que pertenecen por derecho, buen sentido común a la soberanía propia de los estados europeos. Es como una madre paciente, sabe que a la postre, en unos años, terminará por hacerse con el control. Y, de repente, caí en la cuenta, mi labor se había transformado, ahora tocaba más bien defenderse de la Unión Europea, defenderse de ese ansia de aglutinar, centralizar y controlar hasta en esas áreas que mal podrán llamarse “europeas” algún día. Y el mismo papel corresponde a mis colegas de los otros países miembro.

Concentrada en estas labores, miro a España, a esa España de mi alma y me sorprendo con los partidos nacionalistas. Partidos nacionalistas. Sin entrar en si llegaría a ser partidaria de alguno de ellos (quién sabe), me pregunto sobre la utilidad y congruencia de defender una autonomía frente al enemigo peninsular cuando la Unión Europea está lanzando sus tentáculos todopoderosos para manejar a su prole de un sólo vistazo. Un tentáculo todopoderoso es una simple directiva europea, y somos nosotros los culpables de ello.

Es como la visión del que nunca ha subido a lo alto del Burj Dubai, tan estrecha, tan pequeña…

Entretanto, Europa sigue igual: Francia considera que pone un acento exquisito en las decisiones que toma. Alemania siente que es el motor del continente europeo, no le falta razón. Reino Unido cree tener la sartén por el mango con el dominio de la lengua materna europea y discute hasta la saciedad. Italia continúa tan mediterráneamente española. España, país bisagra entre los grandes y pequeños, ya considerada la quinta grande y sin creerse mucho su suerte… Dentro de los países pequeños quiero mucho a los suecos, las hormiguitas estudiosas de Europa, increíblemente íntegros.

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